viernes, 3 de febrero de 2017

“Ya huele a pólvora”

Maria Teresa Muñoz Capel 
Sabemos, que unos encargan grandes sacos de roscos de pan y, otros, recogen leña que amontonan en diversos lugares del municipio. No nos extraña ver las fachadas cubrirse por la noche y que por la mañana se abran ventanas y balcones. “Ya huele a pólvora” se suele decir en las calles, se aproxima San Sebastián y San Idelfonso, patrones de Olula del Río. Pero, ¿cuánto más sabemos? Ninguno de nosotros estábamos aquí cuando el pueblo era apenas pueblo, allá por el siglo XVI. Quizás ya lo sepan, pero por si no, yo se lo cuento.
Durante el reinado de los Reyes Católicos todos se dedicaban a sus labores en el campo. Aún convivíamos con moros, hasta que un decreto les obligó convertirse al catolicismo, adoptando nuestras costumbres y creencias. Por ello, unos años después, en 1568, estalló la rebelión muy cerca a nosotros, en la alpujarra almeriense y granadina. El entonces Marqués de Mondéjar no supo hacer nada y fue destituido. A nuestras tierras se acercó un señor con el nombre de Don Juan de Austria, que se trataba nada más y nada menos que del hermanastro del rey Felipe II, un reconocido militar que sofocó la rebelión e impuso en nuestro pueblo a San Sebastián como patrón, al cual admiraba por haber sido guerrero defensor de la fe cristiana. Pasó por Caniles y llegó hasta la fortaleza de Serón, por ello no sólo nosotros festejamos a San Sebastián, sino que también lo hacen otros pueblos como Tíjola o Gérgal.
Una vez expulsados los moriscos, llegaron repobladores procedentes del levante (Valencia y Murcia) que en torno al 1600 nos portaron la afición por el fuego, aprovechando que nuestros vecinos de Cantoria eran fabricantes de pólvora desde tiempos árabes. Posteriormente llegaría la devoción hacia San Ildefonso, obispo toledano del siglo VII que fue venerado por el milagro del encuentro con la virgen y establecido como patrón en Olula en el 1666. Cuando la cosecha fue mala, se realizaron promesas a los santos que trascendieron, tras el posterior éxito cosechero, en la tradición que conocemos hoy día: lanzar roscos desde los balcones mientras desfilan en procesión San Sebastián y San Idelfonso. Entonces eran lanzados por terratenientes y los más pobres aprovechaban para recoger pan.
Más de 400 años de historia hasta hoy: el olor a pólvora comienza las noches precedentes a la festividad de nuestros patrones, el 19 y 22 de enero. Se emprende en nuestras calles el ritual del fuego, en el que miles y miles de carretillas, proyectiles de fuego que circulan zigzagueantes a ras del suelo y se elevan en el aire, son lanzados por olulenses bien ataviados: pasamontañas, mono, guantes, gafas y talín en mano. Primero tiene lugar la fiesta para los más pequeños, con una larga fila de jóvenes carretilleros que se concentran hacia las ocho de la tarde en la puerta del Ayuntamiento. Reciben una docena de carretillas y, a las 10 de la noche comienza la magia en la plaza del ayuntamiento, donde disfrutan los niños hasta que les llega el turno a los mayores. Entonces un gran estruendo de cohetes se hace notar en cada rincón del pueblo, dondequiera que usted viva lo oirá. Paralelamente a los cohetes llega el sonido de las chispas y los impactos de las carretillas en las fachadas. El ambiente es especial, a algunos les atrapa el miedo y otros salen y contemplan la noche volverse naranja. Unos se quedan estáticos en la hoguera de su barrio, mientras que los más tradicionales realizan un recorrido por los diferentes puntos del municipio, desde el ayuntamiento pasando por el cuartel viejo y la Plaza de Don Pedro. Es justo aquí, donde se produce el momento culmen: cuatrocientas docenas de carretillas, prendidas todas a una, momento en el que solo hay lugar para los más valientes, los auténticos carretilleros.
Indudablemente las quemaduras no pasan desapercibidas. Hay quemaduras se curan en un par de días, otras tardan más de un mes, pero la pasión de los carretilleros se mantiene viva e intacta pese ello. Es desconcertante que aún así, la noche siguiente vuelvan a repetir, y de nuevo cada año, tengan la edad que tengan, jóvenes y no tan jóvenes, nada les agua la fiesta.
Me cuentan los más viejos cómo se hacían las carretillas años atrás de forma casera. Puede que usted alguna vez haya fabricado carretillas. Ya en el verano la gente bajaba a río a coger cañas, las cuales serían el cilindro del artefacto. Estas se rellenaban con limadura de hierro y pólvora y se ataban con una cuerda. Entonces eran más peligrosas, a más de uno le costó un disgusto. Según relatan estos veteranos vecinos, al que nunca le costó ningún disgusto fue a Isaac. Todos lo recuerdan con su carrillo, el mismo con el que repartía paquetes, ayudaba a portar muebles o maletas desde la estación. Lo colocaba boca abajo y allí se sentaba, sin guantes ni pasamontañas, ni siquiera traje. Se sentaba y miraba, y nunca llegó a quemarse. Este hombre, era mi abuelo, y él siempre decía que las carretillas huelen el miedo, por eso no hay que temerles y, a día de hoy, sigue manteniéndose el dicho.
A partir de los setenta comenzaron a producirse de forma industrial los cilindros de cartón que conocemos. Los tamaños varían desde simples petardos para niños, a las llamadas cantorianas. La fiesta ha sido siempre tan sonada que no querían perdérsela ni siquiera aquellos olulenses que se marcharon al extranjero; algunos venían desde Francia, y otros tantos desde grandes ciudades como Barcelona.
Pasada la noche y de vuelta a la calma, el ambiente queda sosegado, con vecinos sentados alrededor de la lumbre comiendo carne asada. Horas después vuelven a sonar los cohetes: comienza la procesión.
Hacia las 11 de la mañana del 20 de enero, día de San Sebastián, estamos todos preparados en la puerta de la Iglesia que lleva su nombre para ver salir a nuestros santos. Suenan clarinetes, trompetas, flautas y todo tipo de instrumentos de viento: es la banda municipal dando paso al desfile. La procesión la encabeza San Ildefonso, y al contrario ocurre en su día, el 23, cuando es San Sebastián el que sale delante desde la Iglesia de la Asunción; cortesía lo llamamos. Se recorren las calles del pueblo desde una iglesia a otra, pasando por el ayuntamiento, el casco antiguo, la plaza de Don Pedro y las cuatro esquinas hasta llegar a su destino. Mientras tanto la gente corre en torno a ellos con el propósito de llenar de roscos el jersey que llevan atado a la cintura, aunque, muy pocos quedan de jersey; hoy lo más visto es la bolsa. Finalmente, una vez encerrados San Sebastián y San Ildefonso, toca el convite del pueblo. Si por la noche se repartieron carretillas a los niños y por la mañana se lanzaron roscos, al mediodía toca la paella. Se elabora en la puerta del ayuntamiento y todo el que acude recibe un plato de arroz al que puede acompañar con un rosco –si es que ha hecho por cogerlo-.
Si algo hay que destacar, es el mártir que lleva cada uno de los hombres que portan los santos, un auténtico mérito. Soportan las aglomeraciones de gente a su alrededor, todos intentando coger las rocas de mayor tamaño lanzadas justo en el momento en el que pasan los patrones. Lo peculiar es que, cada año son los mismos acarreadores, lo que intensifica aún más la admiración.
Algo que también es objeto de leyenda, es el mismo rosco. Solemos tener los congeladores atestados los días posteriores a la procesión. Sin embargo, si lo dejamos fuera aguantan igual dada la composición de su masa. Muchos solemos colgarlos meses y meses, viendo cómo el rosco se pone duro, pero nunca se florece.
No es de extrañar que mediante la resolución del doce de marzo de 1998, nuestra fiesta fuera nombrada de interés turístico en Andalucía y, es que, si hay algo que nos identifique a los olulenses, son nuestros roscos y carretillas. Porque de mármol somos toda la comarca, pero tanto de fuego como de pan, de San Sebastián y San Ildefonso, de esos, tan sólo somos nosotros. 


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